Llega la mañana y los botones foliares de la ceiba me anuncian la fecundidad del verano. Me imagino el verdor y el fucsia revelarse al cielo gris. Mi rostro se llena de esperanzas y nuevos anhelos... pero, no estás a mi lado. El sol se oculta y sus colores embargan mi pecho. Me regocijo, miro lado a lado y vuelvo a suspirar porque no te encuentro. Listo mis secretos y lecciones aprendidas en busca de tu escucha. Miro el firmamento y pido tu compañía. Pero, nuevamente, no te tengo. ¡Tantos días y semanas! ¡Tantos abrazos y besos postergados! Fisicamente, hoy, me resultas distante. Entonces, entrada la noche, el viento sacude las ramas y botones de la ceiba y, con su crepitar, viene a mi el recuerdo de tu perfume primaveral: Me basta y me alivio. ¿Por qué? Porque en la asunción del alto pensamiento y la tarea común, siento tu cálida presencia. De mis sentimientos. 11/12/2015
El sol no maduraba aun los maizales, cuando de pronto una mujer con niña en brazos vio cruzar varias serpientes por sus pies descalzos. “Nunca más volveré”, pensaba ella en función a sus creencias andinas. Así fue. Mirando el rostro de la niña y los recuerdos de su inocente origen, se deja guiar por el amor y decide asumir el gran viaje que marcaría su vida. Joven madre ¿Qué dejó de darte la tierra? ¿Por qué no esperaste amarillar las mazorcas? ¿De qué campo probaste la papa amarga que tuviste ir a caminar por donde los surcos se borran? El bullicio de la gran ciudad hace palpitar el corazón de la madre de colores rurales y piel aun tostada. Mientras el llanto de la niña se pierde en la ajetreada vida citadina, la joven madre decide persistir y construir. Se aferra a sus sueños rotos y con la niña en brazos cruza las grandes avenidas en busca de trabajo. Han pasado ya muchos años desde entonces. Tantos que en el rostro de la madre se entrecruzan los altos surcos de la vida.